viernes, 30 de abril de 2010

*MUSICA PARA EL ALMA*

*FAUSTO PAPETI*

*FLORES Y MUSICA*

EN QUE DA MORAL CENSURA A UNA ROSA, Y EN ELLA A SUS SEMEJANTES

Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.
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Amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuan altiva en tu pompa, presumida,
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida

de tu caduco ser das mustias señas,
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas!

SOR JUANA INES DE LA CRUZ

*YRUPE -LEYENDA GUARANI*

Yasí Ratá (estrella) había nacido con un pequeño mal incurable; amaba los astros.


Desde pequeña quería la Luna y vivía para ella. Cuando ésta no aparecía en el cielo, Yasí lloraba insomne las noches enteras.

Y cuando el pálido satélite surcaba raudo la inmensidad cubierta de estrellas, la enamorada se vestía con las mejores galas, y pasaba la noche entera en celeste idilio con el astro. Entonces era hermosísima y la Luna le daba a su rostro un halo sobrenatural.

Así los dos enfermos se amaron mucho tiempo. Hasta que un día Yasí desesperada de vivir tan lejos de su celestial amante, decidió ir en su busca.

Subió a uno de los árboles más altos y desde él tendió los brazos para que el astro la recogiera. Pero fue inútil. Entonces bajó y trepó a la cima más alta de la montaña y allí esperó el paso de la Luna, pero también fue en vano.

Descorazonada y vencida volvió al valle y allí camino largo tiempo, sus pies desgarrados por las piedras y las espinas, manaban abundante sangre.

En su marcha llegó a un lago de aguas límpidas. Se miró en ellas y vio su imagen reflejada al lado de la Luna. ¡Era el milagro!. Sin vacilar se arrojó a sus brazos, pero la imagen se desvaneció y las aguas se cerraron sobre ella cubriendo para siempre su imposible sueño.

Tupá, compadecido de aquel gran amor, la transformó en Irupé con hojas de forma de un disco lunar y que mira hacia lo alto en procura de su amado ideal. De noche cierra sus pétalos cubriendo las manchas de sangre de sus heridas, pero cuando la Luna aparece, las abre, y todavía platica con ella

*LEYENDA DEL JAZMIN*




La princesa tenía un jazmín que vivía con su mismo aliento. Se lo había regalado la luna.

La princesa tenía ocho o nueve años pero nunca la habían dejado salir sola del palacio. Y tampoco la llevaban donde ella quería.

Un día le dijo a su flor:


- Jazmín, yo quiero ir a jugar con la hija del carbonero sin que nadie lo sepa.
- Ve, niña, si así lo quieres. Yo te guardaré la voz mientras vuelves.

La niña salió dando saltos. El carbonero vivía al principio del bosque.

Pronto la Reina echó de menos a su hija y la llamó:

- Margarita, ¿dónde estás?
- Aquí, mamá -dijo el Jazmín imitando la voz de la princesa.

Pasó un rato y la Reina volvió a llamar:

- Margarita, ¿dónde estás?
- Aquí, mamá -contestó el Jazmín.

El principito, hermano de Margarita, llegó del jardín. Era mayor que su hermana y ya cuidaba de ella.

- Mamá ¿no está Margarita?
- Claro que sí hijo.
- Pero su hermano, insistió ¿Dónde?

La Reina llamó a su hija y el jazmín contestó como siempre. El príncipe se dirigió al lugar de donde venía la voz pero no vio a nadie. La Reina repitió la llamada y el jazmín contestó. Pero pudieron comprobar que la niña no estaba, ni allí ni en ninguna parte.

Avisaron al Rey. Vinieron los cortesanos. Llegaron los guardias y los criados. Todo el palacio se puso en movimiento. Había que encontrar a la niña. La gente corría de un lado para otro en medio de la mayor confusión. La Reina lloraba. El Rey se jalaba los cabellos.

La Reina volvió a llamar esperanzada.

- Margarita, ¿dónde estás, hija?
- Aquí, mamá.

Se dieron cuenta de que la voz salía de la flor. El Rey dijo que echaran el jazmín al fuego porque debía estar embrujado; pero la princesa llegó a tiempo para recogerlo.

Su hermano le dijo autoritario:

- ¡Entrega esa flor!
- ¡No la doy! Es mi jazmincito. Me lo regaló la luna. -Y lo apretó contra el pecho.
- Una flor que habla tiene que estar hechizada -dijo un palaciego.
- No se las voy a dar.

El Rey ordenó:

- Quitadle la flor a la fuerza.


Y la niña, rápidamente, se la tragó. El jazmín, no se sabe cómo, se le aposentó en el corazón. Allí lo sentía la niña.
Todos lloraban porque decían que la princesa se había tragado un misterio. Y que vendrían muchos males para ella y al Reino. Pero no. Sólo que, a la Princesa Margarita , se le quedó para toda la vida la voz perfumada.

*ALGUNAS LEYENDAS DE LA FLOR NOMEOLVIDES*

Según una leyenda que durante algunos siglos formó parte de los juegos galantes de las cortes europeas, los portadores de la flor azul conocida como miosotis o respilla jamás serían olvidados por sus amantes, lo que dio lugar a que también se la llamara en español nomeolvides.
Hay unas cincuenta especies del género miosotis o raspilla, también conocida como nomeolvides

.


Hace mucho, mucho tiempo, en un campo perdido, vivía un matrimonio muy feliz. Un día, el marido fue a una fuente cercana en busca de agua potable y allí escuchó la maravillosa voz de una joven. Tentado por la curiosidad, se asomó a ver de dónde provenía tan hermosa melodía y se encontró con una bella mujer de largos cabellos con la que se produjo un flechazo inmediato.

A partir de ahí, con el pretexto de ir en busca de agua, el esposo salía al bosque para encontrarse con su amante. Las salidas de éste se hicieron más y más frecuentes y, su mujer, que sospechaba algo, decidió seguirle. Al sorprender a los amantes, muy enojada, les echó una maldición: "tendrán hijos, pero si aman a uno más que a los otros, perderán a ese a quien más amen" y desapareció para siempre.

Pasó el tiempo y la pareja maldecida tuvo cinco hijas, que crecieron y se casaron con hombres ricos. Ambos amaban a todas por igual, por lo que no se había cumplido la maldición. En el 25 aniversario de sus padres, cada una de las hijas les llevó un regalo, menos la menor, una pelirroja de ojos azules, que había escrito un poema de amor para sus padres.

En este momento, la pareja sintió que amaba más a ésta que a las demás, e inmediatamente, cumpliéndose la maldición, la pequeña cayó muerta tras pronunciar estas palabras: "Los amo, nunca me olviden". Un día, la madre fue a visitar la tumba de su hija y la encontró rodeada de unas pequeñas flores de color azul, como los ojos de su pequeña. Entonces las hermanas esparcieron esas flores por distintos puntos del mundo, bautizándolas como 'nomeolvides'

Leyenda de la flor del Mburucuyá (también conocida como Pasionaria)


Mburukujá era una hermosa doncella española que había llegado a las tierras de los Guaraníes acompañando a su padre, un capitán del ejercito de la Corona.
Mburukujá no era su nombre cristiano, sino el tierno apodo que le había dado un aborigen guaraní a quien ella amaba en secreto y con el que se encontraba a escondidas, ya que su padre jamás habría aprobado tal relación. En realidad, su padre ya había decidido que ella desposara a un capitán a quién el creía digno de obtener la mano de su única hija.
Cuando le revelaron los planes de matrimonio, la joven suplicó que no la condenaran a consumirse junto a un hombre a quien no amaba, pero sus ruegos solamente lograron encender la cólera de su padre. La doncella lloró desconsolada, tratando de conmover el inflexible corazón de su padre, pero el viejo capitán no sólo confirmó su decisión sino que además le informó que debería permanecer confinada en la casa hasta que se celebrara boda.
Mburukujá debió contentarse con ver a su amado desde la ventana de su habitación, ya que no estaba autorizada a salir a los jardines por la noche y difícilmente lograba burlar la vigilancia paterna. Sin embargo, envió a una criada de su confianza para que lo informara sobre su triste futuro.
El joven indio no se resignó a perder a su amada, y todas las noches se acercaba a la casa intentando verla. Durante horas vigilaba el lugar, y sólo cuando se percataba de que los primeros rayos del sol podían delatar su posición se retiraba con su corazón triste, aunque no sin antes tocar una melancólica melodía en su flauta.

Mburukujá no podía verlo, pero esos sonidos llegaban hasta sus oídos y la llenaban de alegría, ya que confirmaban que el amor entre ambos seguía tan vivo como siempre. Pero una mañana ya no fue arrullada por los agudos sones de la flauta. En vano esperó noche tras noche la vuelta de su amado. Imaginó que el joven indio podría estar herido en la selva, o que tal vez había sido víctima de alguna fiera, pero no se resignaba a creer que hubiese olvidado su amor por ella.
La dulce niña se sumió en la tristeza. Su piel, otrora blanca y brillante como las primeras nieves, se volvió gris y opaca, y sus ojos ya no destellaron con hermosos brillos violáceos. Sus rojos labios, que antes solían sonreír, se cerraron en una triste mueca para que nadie pudiera enterarse de su pena de amor. Sin embargo, permaneció sentada frente a su ventana, soñando con ver aparecer algún día a su amante. Luego de varios días vio entre los matorrales cercanos la figura de una vieja india. Era la madre de su enamorado, quien acercándose a la ventana le contó que el joven había sido asesinado por el capitán, quien había descubierto el oculto romance de su hija. Mburukujá pareció recobrar sus fuerzas, y escapándose por la ventana siguió a la anciana hasta el lugar donde reposaba el cuerpo de su amado. Enloquecida por el dolor cavó una fosa con sus propias manos, y luego de depositar en ella el cuerpo de su amado confesó a la vieja india que terminaría con su propia vida ya que había perdido lo único que la ataba a este mundo. Tomó una de las flechas de su amado, y luego de pedirle a la mujer que una vez que todo estuviera consumado cubriera sus tumbas y los dejara descansar eternamente juntos, la clavó en medio de su pecho. Mburukujá se desplomó junto al cuerpo de aquel que en vida había amado.
La anciana observó sorprendida como las plumas adheridas a la flecha comenzaban a transformarse en una extraña flor que brotaba del corazón de Mburukujá, pero cumplió con su promesa y cubrió la tumba de los jóvenes amantes. No pasó mucho tiempo antes de que los indios que recorrían la zona comenzaran a hablar de una extraña planta que nunca antes habían visto, y cuyas flores se cierran por la noche y se abren con los primeros rayos del sol, como si el nuevo día le diera vida.
Nota: Los jesuitas, identificaron la flor del mburucuyá con los atributos de la pasión cristiana: la corona de espinas, los tres clavos, las cinco llagas y las cuerdas con que ataron al Jesús en el Calvario. Y en los rojos e irregulares frutos, los religiosos creyeron ver las gotas coaguladas de la sangre de Cristo. Esta flor tan singular, se cierra como si se marchitara al ponerse el sol, y se abre cobrando su brillo natural cuando amanece.